La batalla fundamental que libra el poder para imponer su doctrina y allanar el camino hacia la consecución de un programa más o menos definido se libra en el ámbito de las mentalidades. La coerción directa y la violencia material son herramientas que quedan reservadas a las sociedades regidas por el autoritarismo. En las democracias occidentales, siempre imperfectas en la aplicación normativa de sus principios, los procesos de lucha y compromiso entre el establishment y los sectores que promueven el cambio social se desplazan desde el territorio de la fuerza hasta el mundo de la representación. Esa configuración del espacio mental, donde se delimitan las reglas del juego y el papel que corresponde a los actores sociales, se dirime a través de la comunicación.
El poder no es un atributo del sujeto, sino el fruto de una relación asimétrica entre diferentes actores, ya sean personas, grupos sociales, organizaciones o Estados. Las fórmulas para controlar, someter y decidir por los demás basculan entre la persuasión, la manipulación, la coacción o el uso de la fuerza.
La autoridad es el ejercicio institucionalizado del poder, que logra legitimarse y obtener obediencia sin necesidad de recurrir a la violencia, al existir un consenso, una tradición o un marco normativo que lo sustentan. Pero frente a ella, siempre se alza la crítica y la disidencia, que suponen otra forma de poder. Hay que tener cuidado de no caer en la seducción del contrapoder inefable. La asimetría dialéctica de los discursos del poder no justifica lecturas maniqueas y excluyentes.
La aceptación es hija de la influencia y esta última se ha convertido en el bastión de los medios de comunicación tradicionales, que flotan aferrados a la tabla de salvación de su predicamento tras el naufragio digital.
Pero de nada sirve cegarse en una estéril lucha contra los medios y los profesionales que desde ellos tratan de subsistir y hacer su oficio. La huella del poder y sus estrategias de dominación y control mediante mecanismos culturales de exaltación de la apariencia se extienden y ramifican por todo un universo significante. Resetear todo este gran programa implica plantar cara a las industrias del convencimiento, pero también viajar en sentido inverso. Hasta la fuente de las estructuras de pensamiento que se gestan en la infancia y respiran el oxígeno vital que insufla la educación.
Una tarea de largo aliento que obliga a medir muy bien los discursos y a no caer en la tentación de desenvainar el sable cada vez que se cruza un guante por el camino. Y menos todavía a repartir carnés de buena prensa a quiénes resulten simpáticos. Tener voz propia no se improvisa y hacerla audible puede resultar arduo. Tan arduo e infinito como la verdad. Tan bellamente revolucionario como una obra de arte. Tan irreductiblemente eficaz como una noche de amor.
Autor: Jordi Navas, Responsable Comunicación Corporativa ICP Consulting.